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domingo, junio 28, 2009

La República Platón Libro 09

Libro IX

El diálogo se inicia con la descripción del tirano. Este se vale del artificio, el fraude, la violencia, todos los medios le parecen acertados para llegar al fin que se propone.

La ciudad tiranizada es la peor; lo mismo pasa con el tirano.

Sócrates, les pregunta, si el tirano no es el más desgraciado porque su alma esta sometida a las peores pasiones. Un alma en estas condiciones ignora lo que quiere realmente. A pesar de que es incapaz de gobernarse a sí mismo, se ve obligado a gobernar a los demás. Es un esclavo y un cobarde, desconfiado, sin amigos, sin alegría, una maldición para sí y para el mundo.

Continúa expresando, que cuando los deseos pertenecen a las partes del alma codiciosa y ambiciosa se dejan guiar por la razón y por el conocimiento, en tanto, cuando el alma toda obedece a la parte filosófica y no se produce rebelión esta puede gozar de los placeres.

A partir de esto puede proclamar quien es el gobernante más feliz. El verdadero aristócrata o filósofo, que empieza por reinar sobre sí mismo. Y el más miserable es el tirano, reverso del filósofo, esclavo de sus pasiones, que intenta esclavizar a los demás.

Una segunda razón abona la mayor felicidad del que primeramente ha aprendido a gobernarse a sí mismo; y es que el amante de la sabiduría, en cuanto hombre, ha experimentado y sabe en qué consisten los deleites de los sentidos y la ambición.. Además, el filósofo enriquece su experiencia con otros dos criterios de su sano juicio: la inteligencia y el discurso de la razón o el logos.

Finalmente, como tercer argumento, expone la falta de solidez y la relatividad de los goces inferiores. El hambre y la sed son indicios de la debilidad del cuerpo, así como la estupidez y la ignorancia son indicios

de una especie de vacío del alma. Pero el cuidado del alma participa más de la verdad y proporciona un deleite mucho más auténtico que los placeres insatisfactorios de los sentidos.

El alma del filósofo, en la cual las facultades disfrutan del placer propio de cada una de ellas, obtiene el verdadero placer al realizar las funciones que le son propias.

El sabio conserva la armonía en su alma, mediante el buen orden de las facultades. Gozará del don de la verdadera ponderación.

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