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domingo, junio 28, 2009

La República Platón Libro 07

Libro VII

Sócrates, utiliza una comparación explicar que los que viven en este mundo se parecen a seres encerrados en una caverna, donde se hallan encadenados contra un fuego que arde a sus espaldas, de modo que sólo contemplan las sombras que pasan por delante, proyectadas por objetos que se mueven entre ellos y el fuego. Al sostener los hombres comunes que las sombras son la realidad, se oponen a los filósofos

empeñados en contemplar el reino del día y de la brillante luz, causa última de todo. Quien haya logrado esta superación, no apreciará en lo más mínimo la sabiduría que afirman poseer los moradores de la caverna.

Es preciso que la inteligencia, contrariamente a lo que enseñan los sofistas, pase de las sombras a la realidad. Desde la juventud debe aspirarse a este fin mediante la represión de la naturaleza sensible y la elevación de la mente a realidades más elevadas. Por eso, la ciudad ideal no tiene que ser gobernada por los que se demoran en lo sensible, sino por los filósofos que han visto la verdad, el verdadero Sol.

Tal es la condición del Estado perfecto: los gobernantes no han de buscar el gobierno con miras al provecho propio; en cambio, condescienden a hacerse cargo del mismo, renunciando a su pesar a una vida más elevada.

Sócrates plantea la educación que deben recibir:

"Será pues necesario dedicarlos desde la infancia al estudio de los números, de la geometría y de toda la educación propedéutica que debe impartirse antes que la dialéctica, pero sin obligarlos a aprender por la fuerza."

Describe luego las ciencias a que debe consagrarse el que está destinado a gobernar el Estado. Se trata de elevarlo de la zona de las tinieblas a la realidad. La aritmética es la ciencia más adecuada para ello, y

también aquellas otras relacionadas con la aritmética, como la geometría, plana y sólida, y la astronomía.

Presentan contradicciones aparentes que invitan a la reflexión; presuponen y desarrollan la facultad de concebir abstracciones y razones en forma consecuente, lo cual es indispensable para

la aprehensión del "bien".

Pero estos estudios no son sino preparatorios para la dialéctica, que corona la educación propia del filósofo. Es la única que nos proporciona una visión sinóptica de todo saber.

El filósofo debe ser capaz, al renunciar a las imágenes sensibles y a las hipótesis, de elevarse, por medio de las ideas puras de la razón, a la idea del bien (pues éste es el más elevado principio)y de allí descender a lo particular de los sentidos. La dialéctica es la única ciencia que busca la verdad por sí misma, sin motivos ulteriores.

La más elevada educación debe reservarse a los que se mostraron más capaces y dignos de aquella durante la juventud; de lo contrario, la filosofía quedará expuesta al ridículo y a la vergüenza. En la infancia, la instrucción será grata, algo así como un juego para discernir la capacidad natural de los niños. Durante los

años consagrados a los ejercicios gimnásticos, se deben intercalar estudios más severos. Sólo a los veinte años se llevará a cabo una selección de los mejores discípulos, con la supervisión de la relación y conexión de los estudios ya realizados. Finalmente, a los treinta años tiene que hacerse una selección definitiva, de la cual surjan los que se consagrarán a la dialéctica. Siguiendo este proceso selectivo, no se corre el peligro de perturbar la moral y la religión al discutirse sus problemas por mentes inmaturas. Una inteligencia sobria y desarrollada no se intoxicará con discusiones, sino que distinguirá entre la investigación de la verdad y una heurística capciosa. Cinco años se consagrarán al estudio de la

dialéctica. A Los treinta y cinco años, quienes hayan completado estos estudios, de nuevo descenderán a la "caverna" y participarán durante quince años en las tareas de la paz y de la guerra. Aquellos que surjan triunfantes, a la edad de cincuenta años, se convertirán en los verdaderos gobernantes y guardianes del Estado. Fijos sus ojos en la idea y modelo del bien, procurarán realizarlo en su propia vida y en el gobierno de la ciudad, dedicándose principalmente a la filosofía, pero participando también en el servicio del Estado. Así, una vez muertos, partirán a la isla de bendición y recibirán los honores debidos a los dioses.

Glaucón, exclamó:

"¡Sócrates, los gobernantes cuya imagen acabas de esculpir son de una belleza perfecta!"

Sócrates a partir de esto le aclara que no solo se refiere a gobernantes sino también a gobernantas, las cuales hayan sido dotadas de aptitudes apropiadas.

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