Algo de música

>

domingo, junio 28, 2009

La República Platón LIbro 10

Libro X

Sócrates expresa:

"-Y en verdad, aunque me atengo a muchas razones para creer que estamos fundando la ciudad más

perfecta posible, lo afirmo, sobre todo, al considerar nuestro reglamento sobre la poesía.

-¿Qué reglamento? -preguntó.

-El que no admite en forma alguna que sea imitativa. Ahora, después de haber precisado con claridad las diferentes partes del alma, esta prohibición me parece de una necesidad mas absoluta y evidente."

Aquí vuelve a remitirse lo que trató en los libros II y III. Por eso, al referirse a la poesía, expresa que los únicos poemas que deben admitirse son los himnos en honor a los dioses y los elogios de los grandes hombres.

Al final del diálogo señala cuál será el destino de los justos y de los injustos. La mayor recompensa

para la virtud consiste en la inmortalidad.

La justicia, como ha demostrado antes, recibe ya su recompensa por sí misma en este mundo; pero todavía le aguarda una zona de fe y confianza, el premio definitivo. Para que lo ultimo resulte comprensible, expone el mito de Er. Los tiranos y responsables de injusticias reciben el castigo merecido por sus actos.

Según se deduce de la fábula, todas las almas son iguales; serán durante su existencia terrena lo que ellas

elijan. Por orden, cada una de ellas expresa su preferencia; pero, incluso para la última en elegir, si lo sabe hacer con discreción, se le presenta una vida amable. De esta preferencia previa depende la suma de bienes y de males que le esperan.

Sócrates, le pide a Glaucón que le preste atención, reconociendo:

El alma, es lo bastante fuerte para tolerar todos los bienes y todos los males; sin embargo, guiada por la inteligencia, debe seguir el camino del bien y practicar la justicia, para que cada uno sea el mejor amigo de sí mismo y de los dioses, haciéndose acreedor a una verdadera inmortalidad.

La República Platón Libro 09

Libro IX

El diálogo se inicia con la descripción del tirano. Este se vale del artificio, el fraude, la violencia, todos los medios le parecen acertados para llegar al fin que se propone.

La ciudad tiranizada es la peor; lo mismo pasa con el tirano.

Sócrates, les pregunta, si el tirano no es el más desgraciado porque su alma esta sometida a las peores pasiones. Un alma en estas condiciones ignora lo que quiere realmente. A pesar de que es incapaz de gobernarse a sí mismo, se ve obligado a gobernar a los demás. Es un esclavo y un cobarde, desconfiado, sin amigos, sin alegría, una maldición para sí y para el mundo.

Continúa expresando, que cuando los deseos pertenecen a las partes del alma codiciosa y ambiciosa se dejan guiar por la razón y por el conocimiento, en tanto, cuando el alma toda obedece a la parte filosófica y no se produce rebelión esta puede gozar de los placeres.

A partir de esto puede proclamar quien es el gobernante más feliz. El verdadero aristócrata o filósofo, que empieza por reinar sobre sí mismo. Y el más miserable es el tirano, reverso del filósofo, esclavo de sus pasiones, que intenta esclavizar a los demás.

Una segunda razón abona la mayor felicidad del que primeramente ha aprendido a gobernarse a sí mismo; y es que el amante de la sabiduría, en cuanto hombre, ha experimentado y sabe en qué consisten los deleites de los sentidos y la ambición.. Además, el filósofo enriquece su experiencia con otros dos criterios de su sano juicio: la inteligencia y el discurso de la razón o el logos.

Finalmente, como tercer argumento, expone la falta de solidez y la relatividad de los goces inferiores. El hambre y la sed son indicios de la debilidad del cuerpo, así como la estupidez y la ignorancia son indicios

de una especie de vacío del alma. Pero el cuidado del alma participa más de la verdad y proporciona un deleite mucho más auténtico que los placeres insatisfactorios de los sentidos.

El alma del filósofo, en la cual las facultades disfrutan del placer propio de cada una de ellas, obtiene el verdadero placer al realizar las funciones que le son propias.

El sabio conserva la armonía en su alma, mediante el buen orden de las facultades. Gozará del don de la verdadera ponderación.

La República Platón Libro 08

Libro VIII

Sócrates, le aclara a, Glaucón, las cosas que han admitido para que la ciudad esté bien organizada, en las deben ser comunes las mujeres, los hijos, la educación, las ocupaciones de los gobernantes.

Para llegar a su perfección es más evidente si la compara con especies de gobierno degenerativas o inferiores. Genéricamente se reducen a cuatro: la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía.

Sócrates, desde el Estado ideal o aristocracia, muestra cómo, por sucesivas corrupciones, se desciende a la tiranía. Todo esto con miras a resolver la cuestión que se ha planteado previamente: la relativa felicidad del hombre justo o del injusto. El entendimiento, explica, no alcanza a comprender las causas de la degeneración, si desconoce aquella enseñanza de las musas de que todo lo que tiene un principio está sometido también a un fin. En el Estado perfecto, por descuido o por imposibilidad de control de los guardianes, pueden surgir personas ineptas para el gobierno. Si llegan a gobernar, vigilarán menos la pureza del Estado.

En su fuero íntimo anidará un anhelo de riquezas y de lujo que hasta entonces sólo se reprimió por miedo a la ley y no por una verdadera vocación filosófica.

La timocracia, entonces, engendra la oligarquía. Es una forma de gobierno en la cual los ricos mandan, desplazando a los pobres. Hay una oposición fatal entre la virtud y las riquezas; cuanto más se estiman las riquezas, menos se aprecia la virtud. El afán de riqueza suscita la violencia, y unos pocos, en perjuicio de la mayoría, se convierten en dueños del Estado. Para asegurar sus privilegios se valen de las armas, y los ciudadanos desposeídos viven expuestos a su capricho. Si la oligarquía conserva cierta respetabilidad aparente y no abusa en exceso de su situación, es por miedo a peores consecuencias.

El abuso de las riquezas provoca la democracia. Ansiosos de aumentar sus ganancias, los oligarcas ignoran la existencia de hombres valientes que se hallan sumidos en una desesperada pobreza. No existe ley alguna que prohíba la indebida adquisición de riquezas. Los que están al frente del Estado se entregan a los placeres hasta que los pobres, que llegan a observarlos de cerca, comprenden que si no se apoderan del gobierno es porque no quieren.

Esto basta para que estalle la revolución. Triunfante el pueblo, se establece la democracia, luego de eliminar algunos ricos y obligar a los restantes a vivir en pie de igualdad.

Sócrates, expresa:

"Ahora bien, ¿cómo se administran estas gentes?¿Qué sistema de gobierno constituyen? Porque es evidente que al hombre que se parece a él podremos llamarlo democrático."

Plantea que como el hombre es libre, en la democracia, cada uno hace lo que le place y por eso, exhibe una infinita variedad de tipos de hombres y mujeres. No se exige cultura ninguna ni especial preparación para llegar a ser gobernante; además expresa que, basta con que se afirme ser amigo del pueblo.

El demócrata típico, con todo, es aquel que, una vez vencidos los fuertes impulsos de su juventud, busca establecer una total igualdad entre las diversas inclinaciones –buenas y malas- de su alma.

Acuerdan, Sócrates y Glaucón:

"Ahora nos queda por tratar la más hermosa forma de gobierno y el hombre más hermoso, o sea la tiranía y el tirano."

El exceso de libertad engendra la tiranía. Intoxicada por el abuso, la democracia denigra a los que quieren que se observen la ley y el orden. Desaparece toda disciplina y subordinación, hasta el extremo de que no hay respeto por ninguna ley, ya sea escrita o impuesta por la tradición. En medio de esa anarquía los más

enérgicos y laboriosos se presentan ante el pueblo, como los defensores de sus derechos. De ese medio surge el conductor o jefe. Amenazado por los que disfrutan del gobierno, corre el peligro de ser asesinado, en caso de no convertirse en un lobo dispuesto a defenderse en cualquier forma. El pueblo, halagado por sus promesas, le presta su adhesión y lo protege Se impone, entonces, sobre sus enemigos, que se ven obligados a descerrarse, si no quieren sufrir la muerte. AI principio de su gobierno, el tirano es cauto, pródigo en sonrisas y promesas. Pero, una vez afirmado en el poder, provoca guerras para que el pueblo comprenda que necesita un dirigente, si no quiere exponerse al peligro de perder la libertad. Si alguien se opone a sus pretensiones, es eliminado. Es así como el Estado se priva de los mejores ciudadanos y el tirano utiliza los servicios de personas ruines. Día tras día necesitará más guardias y mercenarios, gente que lo rodee y proteja, obedeciendo incondicionalmente a sus caprichos. Durante un tiempo, se comportará con cierta aparente honestidad, hasta el día en que exprima a1 pueblo para que soporte y pague sus propios caprichos y los de la banda que lo rodea.

El tirano se transforma en un déspota licencioso.

La República Platón Libro 07

Libro VII

Sócrates, utiliza una comparación explicar que los que viven en este mundo se parecen a seres encerrados en una caverna, donde se hallan encadenados contra un fuego que arde a sus espaldas, de modo que sólo contemplan las sombras que pasan por delante, proyectadas por objetos que se mueven entre ellos y el fuego. Al sostener los hombres comunes que las sombras son la realidad, se oponen a los filósofos

empeñados en contemplar el reino del día y de la brillante luz, causa última de todo. Quien haya logrado esta superación, no apreciará en lo más mínimo la sabiduría que afirman poseer los moradores de la caverna.

Es preciso que la inteligencia, contrariamente a lo que enseñan los sofistas, pase de las sombras a la realidad. Desde la juventud debe aspirarse a este fin mediante la represión de la naturaleza sensible y la elevación de la mente a realidades más elevadas. Por eso, la ciudad ideal no tiene que ser gobernada por los que se demoran en lo sensible, sino por los filósofos que han visto la verdad, el verdadero Sol.

Tal es la condición del Estado perfecto: los gobernantes no han de buscar el gobierno con miras al provecho propio; en cambio, condescienden a hacerse cargo del mismo, renunciando a su pesar a una vida más elevada.

Sócrates plantea la educación que deben recibir:

"Será pues necesario dedicarlos desde la infancia al estudio de los números, de la geometría y de toda la educación propedéutica que debe impartirse antes que la dialéctica, pero sin obligarlos a aprender por la fuerza."

Describe luego las ciencias a que debe consagrarse el que está destinado a gobernar el Estado. Se trata de elevarlo de la zona de las tinieblas a la realidad. La aritmética es la ciencia más adecuada para ello, y

también aquellas otras relacionadas con la aritmética, como la geometría, plana y sólida, y la astronomía.

Presentan contradicciones aparentes que invitan a la reflexión; presuponen y desarrollan la facultad de concebir abstracciones y razones en forma consecuente, lo cual es indispensable para

la aprehensión del "bien".

Pero estos estudios no son sino preparatorios para la dialéctica, que corona la educación propia del filósofo. Es la única que nos proporciona una visión sinóptica de todo saber.

El filósofo debe ser capaz, al renunciar a las imágenes sensibles y a las hipótesis, de elevarse, por medio de las ideas puras de la razón, a la idea del bien (pues éste es el más elevado principio)y de allí descender a lo particular de los sentidos. La dialéctica es la única ciencia que busca la verdad por sí misma, sin motivos ulteriores.

La más elevada educación debe reservarse a los que se mostraron más capaces y dignos de aquella durante la juventud; de lo contrario, la filosofía quedará expuesta al ridículo y a la vergüenza. En la infancia, la instrucción será grata, algo así como un juego para discernir la capacidad natural de los niños. Durante los

años consagrados a los ejercicios gimnásticos, se deben intercalar estudios más severos. Sólo a los veinte años se llevará a cabo una selección de los mejores discípulos, con la supervisión de la relación y conexión de los estudios ya realizados. Finalmente, a los treinta años tiene que hacerse una selección definitiva, de la cual surjan los que se consagrarán a la dialéctica. Siguiendo este proceso selectivo, no se corre el peligro de perturbar la moral y la religión al discutirse sus problemas por mentes inmaturas. Una inteligencia sobria y desarrollada no se intoxicará con discusiones, sino que distinguirá entre la investigación de la verdad y una heurística capciosa. Cinco años se consagrarán al estudio de la

dialéctica. A Los treinta y cinco años, quienes hayan completado estos estudios, de nuevo descenderán a la "caverna" y participarán durante quince años en las tareas de la paz y de la guerra. Aquellos que surjan triunfantes, a la edad de cincuenta años, se convertirán en los verdaderos gobernantes y guardianes del Estado. Fijos sus ojos en la idea y modelo del bien, procurarán realizarlo en su propia vida y en el gobierno de la ciudad, dedicándose principalmente a la filosofía, pero participando también en el servicio del Estado. Así, una vez muertos, partirán a la isla de bendición y recibirán los honores debidos a los dioses.

Glaucón, exclamó:

"¡Sócrates, los gobernantes cuya imagen acabas de esculpir son de una belleza perfecta!"

Sócrates a partir de esto le aclara que no solo se refiere a gobernantes sino también a gobernantas, las cuales hayan sido dotadas de aptitudes apropiadas.

La República Platón Libro 06

Libro VI

"En fin Glaucón, después de muchas dificultades y de una discusión bastante laboriosa, hemos establecido la diferencia entre los filósofos y los que no lo son".

Según expresa Sócrates, el gobierno, no se confiará a ciegos conductores de ciegos, sino solamente a los que posean ideales claros; aunque se ha de procurar también que no les falte experiencia.

Los amantes de la verdadera filosofía están destinados al gobierno del Estado ideal, porque se consagran a las ideas abstractas y a una concepción sistemática y coherente de la vida.

El diálogo se desarrolla luego con la objeción de que la mayoría de los que se llaman filósofos no son capaces de gobernar ni aptos para ello. La culpa no está en la filosofía. Muchas son sus virtudes, pero también se halla expuesta a múltiples tentaciones: la riqueza, la belleza, etc., o el halago de la multitud.

No considera verdaderos filósofos a aquellos cuya cienciaconsiste en conocer y complacer los instintos, los gustos de la multitud heterogénea que se reúne para satisfacer sus instintos, opinando sobre ciencia,

pintura, música o política.

Es así como la filosofía, abandonada por los verdaderos sabios, cae en poder de personas indignas, deslumbradas por los hermosos nombres que se le aplican y sus brillantes apariencias. Por descalificada que esté, comparada con otras profesiones, proporcionará todavía gran prestigio entre los hombres

La consagración exclusiva a la filosofía será la recompensa y el coronamiento de una vida empleada en servicios militares y políticos en el Estado. Ésta es la clase de hombres que debe ejercer el gobierno para que se organice una ciudad perfecta, tanto entre los griegos como entre los bárbaros. El filósofo está por encima de los celos y la envidia: por tener sus ojos fijos en los modelos celestes, se esforzará como gobernante en reproducir, con los materiales de la vida, aquella imagen del hombre que Homero presenta como semejante a un dios. Su reino en la tierra puede parecer un sueno, pero no es totalmente imposible.

Puesto que el filósofo es la piedra angular del nuevo listado, su formación será objeto de especiales cuidados.

No basta el método, que se aplica generalmente, de definir las tres virtudes en relación con las tres facultades del alma. Hay un camino más largo que están obligados a seguir, aquellos que quieren lograr el más elevado de todos los conocimientos, esto es, la idea del Bien. El bien es la base de la ciencia, la ética y la política. El hombre común se maneja con conocimientos prácticos pero el filósofo tiene que estar en condiciones de explicar razonadamente por qué es "bueno" o deseable ser valiente, casto, etc.

Tal razón se basa a la postre en una concepción del sumo bien. La actitud del filósofo en relación al sumo bien, según Platón, se resume en poseer un concepto adecuado, estar en condiciones de definirlo, demostrar su superioridad con argumentos y defenderlo contra los opositores y, por último, en poder deducir sistemática Y evidentemente sus consecuencias éticas y prácticas